El calendario se achicó a una sola cita y la consigna es clara: ganar en Los Polvorines. San Martín viaja a Buenos Aires con la obligación de romper una racha adversa y reencontrarse con la versión que lo convirtió, durante buena parte del torneo, en el mejor visitante de la Zona A. El duelo contra San Miguel no es apenas un cierre: es la llave para entrar al Reducido con ventaja deportiva y, sobre todo, con confianza en el momento justo.

El empate con Quilmes en La Ciudadela dejó la sensación de una oportunidad desperdiciada. El 1-1 aseguró la clasificación, pero también expuso las mismas grietas que persiguen al equipo desde hace semanas: fragilidad en el retroceso, falta de claridad en los metros finales y un déficit de concentración en los momentos determinantes. Mariano Campodónico lo admitió con franqueza en conferencia. “Se cumplió el objetivo de clasificar, pero tenía otra ilusión: terminar jugando mejor, como lo hicimos contra Atlanta. Esto es San Martín y no podemos cerrar así”, aseguró.

Ese lamento no es menor, porque la tabla refleja la importancia de cada punto. Hoy, de terminar el torneo, San Martín debería visitar a Estudiantes de Caseros, sin ventaja deportiva y con la obligación de ganar en un único partido. Evitar ese escenario depende de lo que ocurra en Los Polvorines: un triunfo puede darle el salto hacia los cuatro primeros, siempre y cuando los demás resultados acompañen.

La memoria reciente recuerda que hubo un tiempo, no tan lejano, en el que San Martín se sentía cómodo lejos de casa. Con Ariel Martos al mando, el equipo construyó una campaña sólida en ruta: 12 jugados, con seis triunfos, tres empates y tres derrotas. En resumen, nueve partidos sin caídas, con victorias resonantes en Paraná contra Patronato, en Mendoza frente a Deportivo Maipú, en Mar del Plata frente a Alvarado y en Caballito contra Ferro, entre otros. El registro fue de 21 puntos sobre 36 posibles, con apenas nueve goles recibidos. En aquel entonces, los análisis coincidían en que el “Santo” jugaba mejor afuera que en su propio estadio, donde la presión lo condicionaba. La fórmula era simple: orden defensivo, paciencia para esperar el momento y eficacia quirúrgica en las pocas chances creadas.

El contraste con la segunda rueda es notorio. Desde la llegada de Campodónico, el “Santo” disputó cuatro partidos de visitante y no pudo ganar ninguno. La secuencia muestra una caída clara: derrota 1-3 en Puerto Madryn, empate sin goles en Floresta frente a All Boys, caída 0-2 en Munro contra Colegiales y otro traspié 0-1 en Nueva Italia frente a Racing de Córdoba. El saldo es preocupante: un solo punto de 12 posibles, seis goles en contra y apenas uno a favor. En cuestión de semanas, lo que era la gran fortaleza se transformó en un déficit que amenaza con condicionar la pelea en el Reducido.

El problema no se limita a los viajes. En La Ciudadela, San Martín también dejó escapar unidades valiosas. Allí perdió partidos increíbles, como el 0-3 frente a Arsenal, y empató con rivales a los que debía superar si quería instalarse con comodidad en el lote de arriba. Esa doble cara explica por qué el equipo llega a la última fecha con la calculadora en la mano y con la necesidad de sumar de a tres para no depender solo de la suerte.

¿Qué necesita para volver a ganar? Más que números, se trata de recuperar convicciones. La primera, volver a ser fuerte en defensa. Cada vez que el rival golpeó primero en este tramo, San Martín no logró dar vuelta el resultado. El orden de la primera rueda, con líneas juntas y solidaridad en la presión, parece haberse diluido. Es fundamental que el bloque defensivo vuelva a transmitir seguridad, porque de esa base nacía la confianza que se expandía al resto de la cancha.

La segunda convicción es la paciencia. De visitante, Martos había convencido a su plantel de que el partido podía resolverse en una o dos jugadas bien seleccionadas. Esa calma para esperar, para circular la pelota y elegir la estocada, desapareció en la última serie de salidas. El apuro terminó jugando en contra y la falta de serenidad dejó expuesto al equipo en transiciones que costaron caro.

Y, finalmente, la eficacia. En sus seis primeros viajes del año, San Martín convirtió seis goles y necesitó muy poco para lastimar. En los últimos cuatro, apenas gritó uno. Volver a confiar en sus atacantes, recuperar sociedades y encontrar precisión en los últimos metros será clave para destrabar partidos cerrados como el que se espera frente a San Miguel, un rival duro, aguerrido en su estadio y que sabe manejar los tiempos cuando el marcador lo favorece.

El desafío que se le presenta a San Martín en Los Polvorines

La ventaja deportiva, en un Reducido que se juega a todo o nada, es un tesoro que puede definir la suerte de una temporada. Ganar en Los Polvorines es, en ese sentido, mucho más que un triunfo aislado: es la oportunidad de recuperar la memoria, de volver a ser ese visitante respetado que construyó su reputación en la primera parte del torneo.

San Martín ya está en la pelea, pero cómo llegue a esa pelea es lo que marcará la diferencia. El sábado tendrá su última chance para cambiar el ánimo, reencontrar la fortaleza perdida y dar un golpe de autoridad que lo meta al Reducido con otra cara. La mesa está servida: falta que el equipo muestre carácter, memoria y eficacia para volver a ser protagonista lejos de casa.